Palabras de apertura de las Jornadas sobre Shakespeare

Hacer o no hacer, esa es la cuestión. ¿Cuál es la más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la injusta fortuna de la eterna crisis educativa, u oponer los brazos al torrente de calamidades burocráticas y darles fin con atrevida resistencia? Dormirse, es morir, es instalarse en una letal abulia. Dormir y sentir en ese sueño que se acabaron los problemas presupuestarios, las reformas, las contrarreformas, las faltas de ortografía y los mil golpes que nos da la desidia. Es una consumación hasta piadosamente comprensible: morir, dormir, tal vez soñar.

Pero la mínima idea de transformar los claustros en sepulcros es la que nos hace ponernos en marcha, aguantando la lentitud de los tribunales, la insolencia de los soberbios, el desmán del tirano, la arrogancia del cargo, los insultos que sufre la paciencia.

El fatal pensamiento de que la carga del desencanto lleve al foso nuestros deseos, para morir, dormir, tal vez soñar que una cultura mejor es posible; pero sin animarnos a otra cosa que no sea seguir gimiendo y sudando bajo el peso de la monotonía, produce una feroz sensación que nos grita:

¿Acaso estuvo ebria la esperanza con la que vestían ideales y proyectos?

¿Tienen miedo de ser en la acción y el valor lo que son en el deseo? ¿Preferirían vivir como cobardes en su propia estima, dejando que el “no me atrevo” vaya detrás del “Desearía”?

Esta voz interna que azuza nos ha llevado hacia esta orilla, a cumplir con aquel plan que, en principio fuera un sueño, y hoy son Las Primeras Jornadas Nacionales de Literatura e Historia Cultural, “lecturas sobre Shakespeare en el extremo sur”.

Sean bienvenidos, esta escuela es nuestro palacio, escuderos tenemos pocos, súbditos ninguno. Les rogamos que miren dentro, pues por habernos acompañado, les pagaremos con algo igual de bueno y les mostraremos al menos un prodigio, que como la realización de estas jornadas a nosotros, los regocije.

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