LA CULTURA VS LA MAQUINARIA TECNO-ECONÓMICA

En junio de 2001, El Dipló, en su versión digital, publicaba el artículo de Roger Lesgards: Resistir mediante la creación cultural.
Su análisis, que está en concordancia con el espíritu de este espacio, nos mueve a reflexionar sobre nuestro tiempo y desde su título nos da un amable imperativo de acción. Lo compartimos:


El ingreso en el nuevo siglo se produce bajo el imperio de la eficacia, el rendimiento y la lógica financiera y consumista. La maquinaria tecno-económica tiende, en una gestión totalizadora, a absorberlo todo -también la cultura-, a imponer sus códigos, sus signos y sus lenguajes, a conformar el imaginario individual y colectivo, a movilizar inteligencias y sensibilidades y a conquistar cuerpos y espíritus para reclutarlos mejor y deshacerse de ellos según su antojo. Se trata de una máquina voraz que trasciende el terreno de lo económico y lo técnico.
Esta máquina toma su impulso a partir de tres resortes permanentemente tensos: el deseo, por definición nunca satisfecho, que se extiende por mimetismo; el rendimiento, es decir la acción en el estado más intenso, que le permite, a la vez, compararse, singularizarse y "trascender", como dicen los deportistas; y la libertad, palabra con la que juega presentándose como movimiento liberador, desregulador al máximo, que hace saltar las trabas de todo tipo.
Esta ideología seductora pretende constituir un humanismo. Pero en realidad se basa en la concepción de un hombre mediocre, conformista y dócil, de un hombre segmentado también al que pide que sea, a la vez, un productor eficaz, un celoso consumidor, un animal comunicador y un conjunto de órganos manipulables a su antojo. Se basa asimismo en la reducción de la sociedad a un mero agregado de individuos que para crecer y mejorar debe ser, estructuralmente, una sociedad desigual y excluyente. Su acción se ejerce por la mediación de las tecnologías de la información y la comunicación -de la televisión a Internet- que actúan sobre los tres registros mencionados y que supuestamente preparan una sociedad ideal, nec plus ultra del acceso al saber, la transparencia y la democracia.
Frente a esta invasión ha llegado el momento de volver a dar un contenido vigoroso a la noción de cultura en cinco o seis dimensiones por lo menos:
  • aprendizaje y ejercicio del pensamiento crítico, así como de la razón emancipadora que efectúa un trabajo permanente sobre las certidumbres apresuradas, las ideas recibidas, los pensamientos y creencias hechos que ofrecen los gurús del momento;
  • creación de soportes simbólicos (lenguaje, obras de arte) donde se ejercen el imaginario, la sensación, la sensibilidad, la emoción, la pasión; siempre con la vista puesta en una interpretación del mundo, de la vida, de la muerte, del pasado, para conseguir constituir una representación lo más coherente posible del tiempo y del espacio;
  • adquisición e intercambio de saberes -o sea, de algo que tiene relación con la verdad, con la búsqueda de la verdad- como experiencia humana acumulada;
  • relación con lo otro, lo diferente, lo diverso; comunicación (en el sentido de puesta en común), de construcción permanente por sí, por y con el otro pero también frente a ese otro;
  • relación con lo bello, que es expresión de una subjetividad (de un sujeto lo suficientemente libre como para entregarse a un juicio, un placer, una consciencia), al tiempo que tensión hacia un universal. Lo bello como reinvención permanente de la relación entre lo sensible y lo inteligible.
Frente al desencadenamiento de un tecno-economicismo a punto de constituirse en componente central de la cultura ¿cómo permitir que la cultura recupere autonomía e iniciativa? Y sobre todo ¿qué política cultural para un Estado-nación situado en Europa y abierto a los cuatro vientos del mundo? Cabe considerar dos ideas fundadoras; la primera sería intentar forzar lo tecno-económico hasta un punto crítico y subvertirlo a través de lo poético, es decir, de la creación artística. ¿De qué se trata? En primer lugar de ocupar este campo para explotarlo y sustraerle lo que pueda tener de favorable a una renovación de la creación. Es decir, casi siempre, desviarlo, subvertirlo, "izquierdizarlo". Pero también resisitirlo de frente, oponerse a su desviación de explotación y de embrujo: la técnica como una nueva magia. Ocupar, desviar, resistir: tres verbos activos cuyos sujetos son, en este caso, crítica y creación.
¿Crítica? La palabra debe tomarse en el sentido de un análisis de los discursos y las prácticas, incluidos los usos razonables, en especial cuando la razón se convierte en técnica e instrumental. Se trata de separar las técnicas galopantes de una ganga ideológica que quiere hacer creer que son portadoras de una revolución y que, irresistiblemente, dirigen el movimiento de las cosas. El pensamiento crítico debe provocar una ruptura, una discontinuidad, una posibilidad de reconfiguración. En resumen, la esperanza en que se componga un nuevo perfil del mundo que no parta de un punto de vista tecnológico.
Y en esta ruptura juega (y se juega) la creación artística. ¿No anuncia y proporciona objetos únicos, originales, en ruptura con la tradición; objetos que hacen que se abran nuevos horizontes, participando así en la creación del mundo? Arquitectura, poesía, teatro, literatura, música, danza, artes plásticas, cine, todas las disciplinas, y sus cruzamientos, tienen su sitio allí. Claro que junto con la investigación científica, siempre que ésta quiera recordar que su vocación original no es ponerse al servicio del economicismo o erigirse en moral, sino aportar nuevos conocimientos, compartirlos y desarrollar una de las vías hacia la búsqueda de la verdad. Apoyo a la creación en toda su diversidad: este sería el primer fundamento.
La segunda idea fundadora sería tomar la cultura como factor de acercamiento entre los hombres, con miras a la igualdad, la fraternidad, la comprensión mutua, y por consiguiente como instrumento de lucha contra el repliegue étnico, el repliegue sobre sí, el rechazo del otro, la segregación social, la discriminación. Francia (no solamente en suburbios) y Europa (no únicamente en los Balcanes) tienen una gran necesidad de ideas, de momentos, de lugares que unan. Pero en la actualidad la que gana terreno es precisamente la tentación opuesta: bajo la forma del etnocentrismo (mi cultura es superior a la tuya y te la voy a imponer); o bajo la de la purificación, la segregación, la discriminación, el nacional populismo y el racismo. Ni Coca-Cola, ni los pantalones vaqueros, ni Nike, ni Microsoft, ni siquiera Internet y las redes de ondas y de satélites aspersores de imágenes y sonidos, conseguirán invertir la corriente; será nuestra capacidad de codearnos con el otro, de abrirnos a él, de reconocerle como una parte de nosotros mismos. En otras palabras, de responder lo más positivamente posible a la cuestión que planteaba Cornelius Castoriadis: "Un hombre y una sociedad ¿pueden construirse sin oponerse al Otro, sin rechazarlo, y finalmente sin odiarlo?".


No hay comentarios: